Ucronía

“No se puede estar nunca tan bien, 
que no se pueda estar mejor, ni se puede 
estar tan mal, que no se pueda estar peor”.

José de la Cruz Porfirio Díaz Mori

Discurramos: la reflexión es impulsada sin límites, sobre todo por la sugerente y apasionante inconformidad que emerge, indefectiblemente, de lo bueno, de lo malo o del producto equidistante a estos dos extremos. La razón de ello desfila ante nuestros ojos y se ubica en la hermosa maldición que supone la naturaleza racional del ser humano. Y es que, en realidad, lejos de la inconformidad nuestra capacidad reflexiva se desmoronaría cual planta deshidratada, al grado de verse en la necesidad de crear, frente a la cómoda y trillada existencia, una serie de esquizofrénicos problemas cuyo trasfondo legitimador haría posible el pensamiento. Así, pues, la inconformidad –y qué decir de los problemas– constituyen el principal alimento de la reflexión. Las problemáticas que nos aquejan impiden pensar en otra cosa que no sea en ellos.

Si de algo podemos confortarnos en México es de que la reflexión nunca morirá de hambre: siempre hay problemas de donde servirse. Por desgracia para nosotros y por fortuna para la reflexión, en México siempre hay dificultades de las cuales pender nuestra inconformidad. Aquí se encuentra, quizá, la explicación al desdén que los gobiernos anteriores mostraron, con vil sistematismo, para con la sociedad mexicana. Apasionados portaestandartes del amor a la reflexión, esos gobiernos no quisieron dejarnos sin materia para cavilar; de ahí que nos hayan vuelto la espalda ante la sofocante problemática nacional.

Sin embargo –aquí el alivio que producen las conjunciones adversativas–, luego del cambio de partido político en el poder, los mexicanos hemos experimentado un giro copernicano por virtud del cual, al fin, se trastocó nuestra realidad nacional y, en consecuencia, nuestros motivos para reflexionar. En efecto, durante el sexsenio del actual Presidente de la República se han logrado consolidar reformas constitucionales sin precedentes cuyo objetivo, esencialmente, estriba en principiar el despegue de México hacia el progreso, requisito previo con el que se tendrá un mayor desarrollo social, crecimiento económico y el dinamismo gubernamental que activa las condiciones de bienestar que merecen y que tanto demandan las familias mexicanas.

Estos paradigmas –edificados sobre los capítulos que fueron olvidados por décadas–, hoy innegables realidades, guardan congruencia con las aspiraciones de la población. Nuestro gobierno en turno entiende, con gran atino, que sólo una nación con justicia social, incluyente, en paz, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global, puede ser un país fuerte y soberano. Las referidas reformas constitucionales sin duda implican, en palabras del propio Presidente de la República, “cambios sustantivos que detonan el potencial mexicano”. Esto es, precisamente, lo que en el ámbito internacional ha producido que diversos países depositen su voto de confianza en la ingente política mexicana. De manera que en nuestros días, a raíz de la necesidad sustancial y del acierto que caracterizaron a las reformas constitucionales en materia de seguridad, energética, política, educativa, hacendaria y financiera, el motivo de la reflexión nacional ha transitado de las inconformidades al prometedor futuro que se asoma e incluso podemos tocar.

Hoy, por fin, se abre una brecha para la razón mexicana; hoy, por fin, se siembran las semillas del México que soñamos; hoy, por fin, vivimos en tiempos de verdadera reflexión. ¡Qué importa si esta es ucrónica!

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