¿Quiénes somos y qué hacemos los Masones?

Hace poco, con motivo de mi participación en el XLIII Congreso Nacional Masónico de Grados Filosóficos, celebrado en la Ciudad de México en este año 2025, se me planteó una serie de preguntas cuya sencillez inicial escondía, como toda verdadera interrogación filosófica, un trasfondo insondable: ¿Qué es la Masonería? ¿Qué hacemos los masones? ¿Por qué, a lo largo de la historia, hemos ejercido una influencia política y social tan persistente y visible?

Responderlas exige más que definiciones terminológicas o relatos apologéticos. Obliga a un ejercicio de introspección, a volver la mirada hacia el espíritu que anima a nuestra Orden y a recorrer los caminos simbólicos que, desde hace siglos, han dado forma a nuestra práctica iniciática. En mi caso, esa reflexión solo puede hacerse desde la senda que recorro: la del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA).

Mi respuesta, sencilla en apariencia pero hondamente elaborada en la fragua del tiempo iniciático, no puede ser otra más que esta: la Masonería es, ante todo, una orden forjadora de líderes sociales.

El Rito Escocés Antiguo y Aceptado despliega ante nosotros una arquitectura espiritual de 33 grados, que constituyen un itinerario de perfección progresiva. Cada grado es un peldaño de ascensión en la escalera interior, una invitación al estudio constante, a la reflexión profunda y al dominio de las pasiones.

El iniciado aprende pronto que nadie puede aspirar a gobernar a otros si antes no aprendió a gobernarse a sí mismo. La disciplina simbólica y rigurosa transforma al hombre común en un obrero de la luz: alguien consciente de sus limitaciones, pero también capaz de superarlas mediante el trabajo constante sobre la piedra bruta de su propia naturaleza.

Allí, en esa pedagogía gradual, germina el liderazgo que cultivamos: no se trata de conquistar voluntades por la fuerza, sino de edificar la autoridad sobre el ejemplo, la coherencia y la sabiduría adquirida.

El REAA no es un rito cerrado en sí mismo, pues bebe de las aguas diversas de la filosofía griega, de la tradición caballeresca, del humanismo renacentista y del espíritu ilustrado. Esa polifonía lo convierte en una escuela iniciática de universalidad, que enseña a mirar más allá de credos, dogmas o fronteras, y que obliga a pensar críticamente, con la razón siempre alerta frente a las trampas de la superstición y del fanatismo.

Practicar este Rito me recuerda, día tras día, que mi voz no debe alzarse para imponer, sino para defender la libertad de conciencia, esa piedra angular sobre la que descansa la dignidad humana. Y que mi acción debe tener siempre como horizonte la fraternidad universal, más vasta que cualquier ideología, más antigua que cualquier frontera política.

Ese universalismo filosófico explica por qué, históricamente, la Masonería ha sido catalizadora de transformaciones sociales y políticas: no porque milite en causas partidistas, sino porque nuestro compromiso, al trascender facciones, es con la humanidad misma.

Nuestros principios (libertad, igualdad, fraternidad, justicia, tolerancia, entre otros) no son consignas huecas ni reliquias retóricas. Son compromisos vivos, renovados en cada tenida y reafirmados en cada gesto cotidiano del masón.

Quien los incorpora a su vida se convierte, inevitablemente, en un referente para su entorno. Esa irradiación silenciosa explica nuestra influencia: no porque la Masonería busque dominar gobiernos, sino porque forma seres capaces de asumir responsabilidades públicas con ética, visión y valentía.

La historia de las independencias, de las reformas sociales y de las luchas por la dignidad humana nos ofrece testimonio elocuente. Los masones han estado presentes allí donde se requería una voz firme a favor de la libertad y una mano decidida en la construcción de instituciones más justas.

Nuestros rituales no son mero ornamento ceremonial. Constituyen una pedagogía simbólica del liderazgo. Cada viaje iniciático es una escuela de carácter; cada drama ritual, una lección de responsabilidad.

En ellos aprendemos a vencer temores, a usar la palabra con mesura, a deliberar con justicia y a proceder con firmeza. El ritual nos entrena para hablar cuando es necesario y callar cuando es prudente; para discernir entre lo esencial y lo accesorio; para comprender que el poder sin virtud degenera en tiranía, y que la virtud sin acción se marchita como un ideal estéril.

Volvamos a la pregunta inicial. ¿Qué es la Masonería, qué hacemos los masones y por qué hemos ejercido tanta influencia política? La respuesta, nutrida por mi experiencia en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, es clara: somos aprendices eternos de la vida y del espíritu; construimos templos de justicia y libertad sobre la piedra bruta de nuestras pasiones; practicamos la fraternidad como método y la verdad como meta. Y, en consecuencia, la Masonería es una fragua de líderes sociales. Seres que, desde la discreción de la Logia, se preparan para ejercer influencia en el mundo profano con rectitud, sabiduría y servicio.

Así lo entiendo y así lo vivo. No como un vestigio del pasado, sino como una escuela viva de liderazgo ético y de humanismo crítico, que edifica en silencio al individuo para que, con su ejemplo, contribuya a la construcción de un mundo más justo, libre y fraterno.

Y así lo seguiré siendo, hasta el último de mis días: obrero de la razón, guardián de la libertad y aprendiz de la verdad eterna.

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