En la vastedad del pensamiento humano, pocas frases resuenan con tanta fuerza como la conocida proclamación atribuida a Emiliano Zapata, según la cual: “El que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre, pero que no grite cuando lo pisen”. ¿Lo sienten? Semejantes palabras, tatuadas en la memoria colectiva de un pueblo que desde hace mucho ansía libertad, encapsulan un profundo dilema existencial, una verdad cruda (aunque poderosa) sobre la naturaleza del ser humano, su lucha por la dignidad, y las difusas opciones que terminan marcando su destino. En el sutil contraste entre el majestuoso vuelo del águila y la somnolienta existencia del gusano, se entrelazan no sólo las aspiraciones individuales, sino también las dimensiones sociopolíticas de la realidad donde jugamos (¿o que juega con nosotros?).
El águila, símbolo de libertad y grandeza por excelencia, nos invita a emprender el vuelo, a trascender las limitaciones impuestas por la circunstancia y buscar esa cumbre donde los horizontes se expanden como un lienzo inmaculado, presto a ser transformado por nuestra creatividad. Pero ser águila no es un destino impuesto, es una elección deliberada y compleja, un llamado a la acción que reside en la valentía del individuo. La vida de quienes eligen ser águila está dedicada a la lucha, a sortear los vientos cambiantes de un mundo (maldito) que suele desear la conformidad. No es tan sólo una invitación al triunfo, no. Es un desafío a la pasividad, a la normalización de las injusticias que nos rodean, a la presión de grupo. Es un recordatorio de que la grandeza es ornato vivencial que se forja con esfuerzo y la sangre, no siempre líquida, de quienes osan romper las cadenas de la mediocridad.
El gusano, por su penosa parte, ejemplifica a los muchos que eligen la ruta de la resignación, que se aferran a la tierra y a su propia naturaleza, aceptando sin cuestionar las pisadas de los poderosos. El gusano, que siempre se arrastra por el suelo, simboliza la vida en la sombra (“¿Acaso hay otra vida?”, se pregunta el gusano): un camino silencioso, a menudo olvidado, en el que el clamor por la justicia se ahoga bajo la pesada carga de la opresión (cuyo rasgo invencible obedece a la obediencia del obediente). En esta alegoría, sale al encuentro la incómoda noción de la complacencia, la dolorosa aceptación de un destino que ni siquiera se intenta cambiar, donde el silencio se convierte en el refugio de los que prefieren evitar la confrontación. El grito que no se eleva ante la injusticia (y ante muchas de las fatalidades salvadas por el prefijo “in”) se convierte, así, a manos de su propia desgracia, en complicidad silenciosa, y el sufrimiento queda atrapado en un ciclo interminable de sumisión.
Mas la frase de Zapata es también un llamado a la introspección, a la toma de decisiones conscientes sobre nuestro papel en la sociedad. Cada hombre, en el vaivén de su ser en el mundo, se ve confrontado con la bifurcación de sus elecciones: volar como un águila con todas las dificultades que ello conlleva, o arrastrarse como un gusano rogando que los de arriba no pisen fuerte y tupido. La libertad y la opresión, la grandeza y la insignificancia, no son meras condiciones externas, sino realidades que emergen del interior de cada individuo. Al elegir su camino, cada uno de nosotros asume una carga, un compromiso con sus ideales, sus anhelos y, por encima de todo, con la justicia.
La frase zapatista también enciende una luz sobre la responsabilidad social que cada individuo debe asumir frente a las injusticias del mundo. Quien elige volar se convierte en un estandarte de cambio, un faro en medio de la niebla de la desesperanza. Al mismo tiempo, esta elección no es fácil: exige discernimiento, valor y, sobre todo, la voluntad de ir contra lo establecido. En un mundo donde el eco del sufrimiento es ensordecedor, quien vuela debe ser consciente de su biografía, de su lugar en la lucha colectiva por la paz y la igualdad.
Así, la lección que emana de la cita de Zapata se convierte en un imperativo ético: los que se atan, ya sea por miedo o por deseo de comodidad, deben aprender que el silencio ante la injusticia tiene un precio. La voz que no se alza ante el abuso no sólo muere en soledad (esa que cae incluso en presencia de otros), sino que perpetúa el ciclo de la opresión, transformando a los hombres en gusanos y a la sociedad en un campo de lucha sin sentido.
En suma, la aphorística declaración de Emiliano Zapata, como su persona, trasciende el tiempo y el espacio, resonando en los corazones de aquellos que buscan la emancipación en todos los sentidos posibles. Nos recuerda que cada uno de nosotros es parte activa de una historia más grande, donde la elección de ser águila o gusano puede modificar nuestro destino, pero también el de las generaciones venideras. Volar, arrastrarse, gritar o callar. Cada acto está cargado de significados, y cada elección es un reflejo de nuestra capacidad. Por tanto, que en nuestra búsqueda incesante de libertad y justicia, aprendamos a alzar el vuelo.
Entretanto, sépase porque me gustan tanto los chinicuiles. Más que por su sabor, por su singular crujido.